En el camino por mi recuperación he tenido
que hacer mucha reflexión. He tenido que mirar hacia adentro de mi y me he
preguntado una y otra vez ¿cómo me sucedió esto? ¿por qué me enfermé del alma?
¿en qué momento mi corazón se rompió y perdí la confianza en mi?
Tratando de buscar las respuestas empecé a
caminar hacia atrás. Hace días que me vi de cara contra mi problema principal,
soy una persona con dependencia
emocional.
Es decir, necesito sentirme apoyada por
alguien a quien yo ame o admire para poder avanzar segura. Necesito no sólo la
aprobación y el refuerzo, también el contacto físico, el apapacho, la emoción,
el empuje de saber que le importo a alguien para poder fluir con
tranquilidad... para vivir sin miedo.
Al dar los pasos en reversa me fui viendo
cada vez más joven. Recordé mis tiempos universitarios cuando estuve enamorada
y mal correspondida por un muchacho que amé muchísimo y finalmente falleció sin
que yo lograra que él me quisiera como yo lo hacía.
Más atrás vi a otros de quienes me enamoré
y obtuve la misma respuesta: "No, gracias". El rechazo fue mi
constante. Cuando conocí a mi ahora ex esposo me ganché con él no porque fuera
el mejor... era el único.
Él ha sido el único hombre en mi vida que
ha sido formalmente mi pareja. Sí. Desde un principio yo sabía que había
problemas, situaciones, dificultades, diferencias, que él tenía aficiones que a
mí no me gustaban. Pero como buena codependiente creí que todo iba a cambiar,
que mi amor tan grande e infinito lo haría cambiar para bien. Eso nunca pasó.
Tras 2 años de noviazgo y 11 de matrimonio
esa, mi única relación real se terminó. Y ahora me encuentro sola, perdida,
desmoralizada, con la autoestima en el sótano, sintiendo que valgo lo mismo que
un cacahuate. Que no merezco ser amada porque no sé amar.
Caminando todavía más hacia atrás, me vi
adolescente padeciendo por mi sobrepeso y por el típico bullying de la escuela,
en este caso lo ejercía en mi la directora de un colegio de monjas, nomás no me
quería, siempre criticó mi imagen y le importaban poco mis buenas
calificaciones, ella siempre me sacaba de todas partes y me mandaba a callar
porque según ella yo era muy gorda y fea, la vergüenza del colegio, me sacó de
la escolta, de la banda de guerra, de los desfiles, del coro y de todos lados
donde alguien me pudiera ver. Sí, fue un atentado que me hizo daño.
Más atrás aún, quise recordarme cuando era
niña y no logré verme. Estuve días tratando de pensar en mí de cuando tenía
entre 6 y 9 años y no me encontré en mi mente. Tengo una especie de bloqueo con
esos años. Fui y busqué fotografías de mi infancia y realmente son muy pocas.
Mamá dice que porque no teníamos cámara pero las pocas que encontré... no me
gusté.
Siempre fui una niña despeinada. Con el
cabello totalmente rebelde. Mamá odiaba mis rizos y siempre me obligaba a traer
la cabellera toda relamida en apretadas trenzas, mismas que no me duraban
porque siempre pequeños cabellos salían de mi cabecita como si fueran rayos de
sol, hasta la fecha así es...
Era una niña gordita, altísima en
comparación con las demás. Siempre excluida de todos los equipos de deportes.
Me hicieron creer que el ejercicio no era para mí porque era una lenta, inútil
y torpe que siempre terminaba en el suelo por no saber controlar mi enorme
humanidad.
Lo más triste fue que en todas las pocas
fotos que vi en ninguna aparece mi sonrisa. Siempre fui una niña así... sin
sonrisa. Mi boquita siempre tenía una curvatura hacia abajo. Yo creí que era
por los cachetes pero no, mis ojos se ven también vacíos y perdidos.
Tratando de encontrar el motivo de esa
tristeza hice más esfuerzo con mi mente para recordarme a mí misma en ese
periodo. No pude. Había una especie de bloqueo mental muy fuerte. Los recuerdos
de cualquier tipo se habían esfumado.
Así que empecé a buscar música para
meditar y tratar de recordarme. Hallé en internet un ejercicio de meditación
titulado algo así como "Enviándole amor a tu niño interior", así que
lo puse y traté de relajarme, aproveché que el suave ruido de la lluvia y su
fresca brisa que entraba por mi ventana me tenían en total estado de confort.
Empezó la meditación diciendo que había un
bosque, árboles y realmente empecé a imaginarlo, decía que empezaba a llover y
que había ahí una pequeña cabaña con un porche donde había una mecedora. Me
senté ahí a ver llover. Pude sentirlo tan real, porque afuera llovía de verdad
y podía percibir el aroma de la tierra mojada, oía el suave murmullo del agua y
sentía en mi piel la brisita fresca. Decía el audio que entre la lluvia iba a
percibir una figura pequeña... que tratara de verla porque vendría caminando
hacia mi.
Y entonces... la vi. Vi a la Paty
pequeñita de unos 7 años. Llevaba aquel lindo vestido que me gustaba demasiado,
era color oro viejo combinado con una tela de flores, llevaba unos
botoncitos en el pecho y unos tirantitos que se amarraban como moñitos sobre
los hombros.
Vi a la pequeña Paty caminar entre la
lluvia, como siempre con el cabello hecho un desastre y esta vez todo remojado,
con mi carita de siempre, con esa curvita hacia abajo que hacía que se perdiera
mi labio inferior.
Llegó y se sentó en la escalera del porche
y abrazó sus rodillas. Ni siquiera me miraba, era como si yo no existiera. La
vi tratar de secarse la cara con el vestido y tenía frío. Se veía tan sola, tan
chiquita, tan indefensa.
El audio de la meditación pedía que la
llamara por su nombre. Lo hice y ella volteó entonces a verme. Había en sus
ojos una total desolación y miedo. Se puso de pie y me observaba con recelo. Se
alejó hasta el otro lado de la pequeña terraza y me miraba sin decir nada. La
vi sentarse de nuevo en un rincón y sólo me observaba ahora con curiosidad.
En el ejercicio tenía que decirle que era
yo, Paty... la adulta, decirle que ya había crecido y que había vuelto para
saber cómo estaba. Ella me miraba dudosa pero finalmente se fue acercando. En
la meditación me pidieron abrirle mis brazos y arroparla en mi regazo.
La vi ahora tan cerca. Ella estaba ahí,
paradita frente a mí. Con sus ojitos tristes, tan llenos de nada. Cuando le
abrí mis brazos ella se acercó y se dejó caer suavemente, como quien se
recuesta en una cómoda cama luego de mucho cansancio.
Así sentí a la pequeña Paty acurrucarse en
mi regazo y dejarse abrazar por mi, su versión adulta. Se metió bajo mi cuello
y pude sentir su cabello mojado y la fragilidad de su cuerpecito de sólo 7
años. Estaba helada, temblaba un poco.
La fui abrazando y el ejercicio me pedía
decirle que la amaba, decirle todo lo que yo necesitaba oír entonces. Tomé su
carita y la vi a los ojos, acaricié sus mejillas y me sorprendió la suavidad de
su piel. Qué hermosa era entonces. Aún no había sobrepeso, era una niña sana,
normal, tierna, inocente. Sólo estaba llena de cansancio, de tristeza.
Me nació llenarla de besos en las
mejillas, su frente y le dije: "no estas sola, nunca más estarás sola
porque me tienes a mi".
Ella me miraba primero con curiosidad. Le
pedí que no tuviera miedo. Que ella era una niña muy amada. Le expliqué que
papá y mamá tenían que ir a trabajar y por eso la dejaban sola. Le dije que sus
hermanos también la querían mucho aunque siempre estuvieran lejos y juntos,
aunque la excluyeran de sus juegos y la corrieran de la habitación.
Le dije que no había nada qué temer, que
tenía que aprender a esperar sin miedo. Que las personas que amaba siempre
regresarían, que no la habían abandonado, sólo habían ido a trabajar.
Vi como el miedo se fue transformando en
alivio. Le sequé el cabello, la peiné un poco y la arropé con mi sueter. La
tuve un mis brazos buen rato. El ejercicio decía que ahora me pusiera en mi
papel de niña y le pidiera a mi adulto qué me hacía falta para ser feliz, si
quería juguetes, helados, un paseo, etc.
Lo único que la pequeña Paty me dijo al
oído con una voz que claramente supe que era la mía a esa edad fue: "sólo
quiero que me abraces y no quiero dormir sola, me da miedo cuando no hay luz y
nadie llega".
Lo que me dijo me retumbó en el alma. Aún
ahora que lo escribo fue como si hubiera hablado con un fantasma y me da
escalofrío. Fue un encuentro extraño. Pero me sirvió mucho. Hablé con ella, la
llené de besos y le expliqué una y otra vez el porqué papá y mamá se
ausentaban. Le reafirmé
que era una niña amada. Me dijo también que no quería ir nunca más a la
carpintería.
De pronto no supe porqué me dijo eso, pero
cuando mi mente lo captó empecé a llorar y recordé un doloroso episodio que
había bloqueado de mi mente, que de verdad no recordaba... o no quería
recordar.
Una tarde, cuando la pequeña Paty tenía 7
años, por una tarea fue sola a una carpintería cercana y un hombre abusó de
ella. No fue una violación propiamente pero sí le hizo tocamientos obscenos que
ella no entendió. Sólo se sintió sucia y asustada.
Cuando esto ocurrió llegó la mujer del
carpintero y sacó a golpes y empujones a la pequeña Paty del local por andar
"provocando" a su marido... nunca comprendió qué hizo mal, porqué le
hizo eso ese hombre y porqué la señora la corrió así.
Ella creyó que había hecho algo muy malo y
lo calló por miedo a sufrir un regaño de su mamá por haber ido sola a ese
negocio, cuando la pequeña Paty sólo quería que le recortaran una madera para
el trabajo manual del Día de la Madre, pero como no había quien la acompañara
se aventuró a ir solita... tan inocente.
Recordar eso con mi pequeña Paty en los
brazos me llenó de dolor. Pero también le expliqué que ella no tenía la culpa
de lo que le había sucedido, que no tuviera miedo a estar sola, que nunca más
le volvería a pasar nada malo, le prometí que iba a cuidar de ella.
Encontrarme conmigo de niña fue duro, pero
fue muy dulce. Vi como los ojos de mi pequeña se fueron transformando. Sentí
como respiró con alivio. Terminó de llover y quiso ir otra vez a caminar, a
jugar sola. Le dije que fuera con confianza, que yo siempre la miraría de
lejos, que no estaría más sola.
Así lo ordenaba el ejercicio, decirle que
podía fluir con confianza, que nada malo le pasaría mientras esperaba a que
quienes ama regresaran. Le prometí que ella viviría en mi interior, que ahí estaría
segura y que me acompañaría también a mi. Que estaríamos juntas haciéndonos
compañía y todo estaría bien.
Finalmente el ejercicio decía que la
dejara ir sin miedo. Vi a la pequeña Paty cruzar un arroyito y subirse a un
columpio de un árbol. Miré como su despeinado cabello cubría de nuevo su cara,
ahora sus largos rizos estaban libres, en todo su esplendor, no me di cuenta
que le había desatado las apretadas trenzas... lucía tan hermosa.
Ahora sus rizos eran movidos por el viento
y ella se veía tranquila, serena y la curvita inclinada de sus labios había
desaparecido. Me miraba a lo lejos con una leve sonrisa y una mirada diferente.
Me di la vuelta y respiré tranquila. Seguí
dando pasos ahora hacia adelante y fui cerrando más círculos, de pronto fueron
apareciendo como fotografías de las personas con las que intenté establecer una
relación de pareja y poco a poco cada imagen la fui dejando caer en el agua de
un pequeño arroyo y vi como suavemente se fueron alejando. Los entregué... los
perdoné y los dejé ir.
Ahí se fue mi ex esposo. Lo despedí con amor y decidí dejar que mi vida fluya
como Dios quiera que sea.
Decidí soltar las riendas de mi vida a
Dios y no tratar de estarle diciendo si las estira mucho o para donde las mueva.
Tengo que aprender a fluir sin miedo. Tengo que salir adelante sin refuerzos.
Ya no me queda nada, ni nadie.
Renuncié al amor con amor. Porque no sé
amar. Soy buena, pero hago daño por amar demasiado. Tengo que luchar conmigo y
tener fuerza de voluntad para no mendigar el amor que creí merecer.
Sí, lo acepto. Estoy muy deprimida aún.
Estoy pasando por una crisis. Quizá en un tiempo esto que siento hoy me parezca ridículo y cambie de opinión, pero hoy me siento así.
Estos días la codependencia me está dando de
cachetadas pero a veces también son necesarias para reaccionar.
Sólo por hoy estaré triste, me daré
permiso de vivir mis emociones sin fingir, sólo por hoy también haré un
esfuerzo para aprender a fluir sin miedo.
Dejaré que Dios haga su voluntad y me
sorprenda.
Soy Paty, codependiente en recuperación.
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