"Ella me daba la mano
y no hacía falta más.
Me alcanzaba para sentir
que era bien acogido.
Más que besarla,
más que acostarnos juntos,
más que ninguna otra cosa,
ella me daba la mano
y eso era amor."
Mario Benedetti.
Dentro de mi programa de Codependientes en Recuperación he tenido que aprender que nadie puede estar por encima de la voluntad de nadie, que a los demás sólo podemos amarlos pero no manipularlos ni que vivan su vida acorde a la nuestra y en ese tenor he tenido que aprender a soltar, a dejar ir.
Aunque aún no tengo pareja, me he dado cuenta que cuando yo tomo a un hombre de la mano es porque confío en él. Porque me da seguridad, paz, serenidad, me siento acompañada y es una forma de decirle "aquí voy contigo", es compartir el camino, ir en la misma dirección.
En mi vida sólo he caminado de la mano de quien fue mi esposo, fue así desde que nos conocimos. Cuando él se marchó y empecé a andar siempre sola para todos lados sí extrañaba mucho eso, sentía ese vacío, esa necesidad de ir de la mano de alguien, ese refuerzo, esa compañía.
Eso y dormir acompañada fue de lo que más me costó superar luego de mi separación. Sin embargo, luego de varios meses de estar sola encontré una mano fuerte de la que me tomé y sentí de nuevo esa confianza, esa serenidad, esa seguridad que necesito para ir por la vida en completa paz... sin embargo, no era la mano correcta y afortunadamente la solté a tiempo.
Sí... lo acepto, sentir esa necesidad es un claro síntoma de mi dependencia emocional, se supone que no debería tenerla y trabajaré en ello, sin embargo creo que ahora puedo vivir sin eso, al principio era una ansiedad tremenda, simplemente ¡no sabía andar sola!
Un buen amigo me dijo hace tiempo que si un día decido volver a tener pareja, debe ser con un hombre emocionalmente sano... pero no conozco a nadie así.
Entonces me pregunto: ¿existe la gente emocionalmente sana? ¿cómo son? ¿son comunes? ¿los bichos raros somos nosotros los "malitos de la mente" o ellos los "sanos del corazón"?
Yo creo que todos en esta vida hemos estado expuestos al dolor, todos tenemos cicatrices en el alma. Todos somos consecuencia o resultado de una serie de situaciones de vida, desde mi punto de vista no hay seres humanos, de verdad humanos... con el corazón intacto.
Creo que el hombre con el que viví 11 años era así intacto, aparentemente sin sufrimientos, todo parecía importarle lo mismo que un soberano cacahuate, siempre inerte ante todo. Nada lo perturbaba. Ni para bien, ni para mal. No le veía emociones, ni risa... ni llanto. Ni acción ni pasión.
Lo único que lo movía al 100 por ciento era el juego al que era adicto, ahí sí todas sus emociones se ponían al máximo. La adrenalina lo hacía experimentar, angustia, emoción, gusto, euforia, coraje, indignación, placer. Sólo en ese entorno, fuera de eso era un hombre gris que a todo decía: "como quieras... me da igual".
Era su eterna respuesta a las preguntas de "¿qué te gustaría comer? ¿a dónde quieres ir? ¿qué hacemos en el descanso? ¿qué te gusta?, etc." No le veía ni molestia, ni disfrute en nada y eso duele... cansa, porque me dejaba todas las decisiones a mí.
Las situaciones de la vida cotidiana parecían no hacer mella en él. Cuando yo estuve enferma mil veces, él se iba a jugar de todos modos. Con cualquier pretexto me dejaba sola y se salía aunque yo estuviera inmóvil en casa o internada en el hospital.
Esa era su fórmula infalible para no pensar, para no sufrir, para no tomar decisiones, para no tener acción en nada... el juego era una forma de evadirlo todo.
Por lo tanto su corazón parecía estar intacto de sufrimientos. Hasta antes de que yo le planteara el divorcio él se mostraba impávido ante la vida, siempre sereno, siempre fresco, confiado.
No obstante cuando vio que la decisión era en serio el mundo se le vino encima y entonces sí lo vi llorar atormentado, lo vi suplicar, lo vi arrodillarse pidiendo perdón, lo vi prometer, correr tras de mi, lo vi de verdad sufrir al verlo todo perdido.
No era por perderme a mí, sino el confort que le representaba mi presencia. Yo lo mantenía y resolvía todos los problemas mientras él seguía su alegre vida de juego, evadiendo todo y siempre de buenas con su "corazón sano".
Yo no quiero más un hombre así, que va por la vida sacándole la vuelta al dolor, al sufrimiento, a la responsabilidad, a las batallas diarias... un hombre así es un cobarde.
Ahora me pregunto a mí misma, ¿cómo es el hombre que quiero?
Suspiro profundo y me respondo con sinceridad.
El hombre que yo quiero no tiene el corazón intacto. Su alma, al igual que la mía tiene cicatrices... quizá aún heridas sangrando. Pero no tiene miedo a contender de nuevo, una y mil veces.
El hombre que yo quiero no es un cobarde, es un guerrero. Es un hombre que comprende mi dolor. Que al conocer mi historia no me tiene lástima ni se burla de mi, que al conocer mis vivencias no las usa como armas para juzgarme ni para hacerme sentir mal, para criticarme o explicarse mi presunta "locura".
Mi historia le sirve para valorarme, para darse cuenta de que a pesar de todos los fracasos, tropiezos, sin sabores que me han tocado vivir aquí estoy... de pie, sin miedo, peleando por una vida mejor.
Ve más allá de mis defectos. No me pone en la frente la etiqueta de "enferma". Se toma el tiempo para ver más que mi dolor mis virtudes, más que mi cerebro o mi inteligencia se enamora de mi corazón, de mis emociones.
No piensa de ninguna manera en estar conmigo por conveniencia... sino porque le intereso yo, mi persona.
El hombre que yo quiero se deja conmover con mi dolor, se deja acariciar por mi ternura, sabe cuándo darme un abrazo y cuando sacudirme para que no me venza y siga adelante.
El hombre que yo quiero toma mi mano sin que yo se lo pida y no me suelta. Me lleva por la calle y por todos lados con orgullo, porque sabe lo que tiene al lado. Por ningún motivo se avergüenza de mi, asume estar conmigo a pesar de lo que sea.
El hombre que yo quiero sabe aconsejarme sin lastimarme, motivarme sin exigirme, corregirme sin humillarme, amarme sin imponerse, corresponde a mi pasión sin medidas.
Sabe que el amor no tiene horarios, que la noche es aún parte del día y que la cama no sólo es para descansar.
El hombre que yo quiero sabe que un beso en los labios no es un invento de las telenovelas o el cine, sabe que es la máxima expresión de amor universal entre una pareja y que como dijo Mario Benedetti, yo sí aprecio "ese viejo beso artesanal que desde siempre comunica tanto" y lo disfruta y valora tanto como yo.
El hombre que yo quiero es disciplinado consigo mismo pero me deja que yo me imponga mis propias reglas y me respeta. Me ayuda si se lo pido y me deja sola si sabe que lo necesito.
Me deja ser yo, tomar mis propias decisiones. Confía en mi inteligencia, en mi buen juicio, en mi experiencia, en mi madurez y me deja experimentar, equivocarme, corregir y volver a intentar.
El hombre que quiero me deja contender, me deja batallar, si me ve sufrir sufre a mi lado, le duele mi dolor pero está ahí, tomado de mi mano dándome su fuerza y apoyo si es necesario.
El hombre que quiero me respeta por sobre todas las cosas y es incapaz de hacerme daño. Sabe que decirme te amo no es hacerme daño, sabe que una palabra de aliento nunca será un mal y conoce la alegría que me provoca un simple "buenos días", que mi mundo se trasforma cuando me dice "hermosa" y que no olvidar mi cumpleaños es esencial.
El hombre que quiero tiene una vida propia, trabaja en lo que ama y es autosuficiente, independiente, autónomo en sus decisiones, libre pero responsable con su libertad. Sabe controlarse y cuidar de sí mismo... y sobre todo sabe cuidar de mi.
Es lo suficiente caballero y solvente como para pagar él solo la cuenta de lo que consumimos los dos y no abusa de ninguna manera del apoyo económico que yo pueda aportar por el bien de ambos.
Sabe hacerme sentir protegida sin hacerme sentir limitada. Sabe dejarme ir y dejarme ser, porque confía en mí en todos los sentidos.
El hombre que yo quiero es maduro, sencillo, sereno, sensato, capaz no de dar su vida por mí... pero sí de vivirla conmigo.
El hombre que yo quiero no está libre de heridas, sin embargo no se ha vencido, no deja de luchar, no tiene miedo a sufrir una y otra y otra vez y las que sean necesarias.
El hombre que yo quiero es agradecido, noble y se permite llorar. Expresa sus emociones sin miedo y se deja ayudar. Le importa mi opinión, valora mis ideas y las acepta si le sirven con tranquilidad, sin sentirse menos que yo, ni amenazado por mi inteligencia.
Puede reír a carcajadas sin ninguna pena, puede abrazarme de pronto y besarme delante de quien sea, es espontáneo y seguro de sí mismo. Ama a Dios y tiene tanta o más fe que yo.
Quizá es mucho pedir, yo sólo soy una mujer cualquiera. Hay quien dice que soy una guerrera, por lo tanto quiero un guerrero para mi.
No para que seamos rivales y vivamos peleando uno contra el otro, sino para contender juntos, hacer equipo, ser aliados ante las batallas de la vida, no quiero un hombre intacto, emocionalmente "sano", quiero uno al que le corra sangre por las venas.
Con pasión por seguir, por vivir... que no se deje vencer por nada.
Que no viva quejándose de todo y simplemente huyendo y alejándose por no sufrir, que no haga del silencio un arma ni del compromiso un enemigo.
Que no guarde rencores, que no hable mal de la gente, que no tenga resentimientos con nadie, que no le tema a las miradas, que no se vea en la necesidad de actuar o asumir un "papel" para expresarse, que no se esconda detrás de ninguna máscara para ser él mismo.
Ahora sé lo que quiero y lo que no quiero. Quizá es un buen primer paso, mi corazón está sumamente herido, sin embargo yo no tengo miedo volver a amar.
Algún día la vida me hará justicia y traerá a alguien que cuente con todo esto y quizá más... porque yo a él le ofreceré exactamente lo mismo que espero de él, pero esta vez con verdadera dignidad.
No, no espero un hombre perfecto porque yo no lo soy, sólo quiero un hombre muy trabajador, valiente, solidario, íntegro, de buen corazón y aprenderé a disfrutar sus fortalezas y sobrellevar sus debilidades.
Que igual que yo no le tema a la vida y podamos adaptarnos y vivir así luchando, recorrer el camino juntos... de la mano.
Dicen que sí caminas solo caminarás más rápido, pero si lo haces de la mano de alguien... llegarás más lejos.
Sólo por hoy ese es mi deseo... ¿se vale soñar no?
Soy Paty, codependiente en recuperación.
P.D. Y si es profesionista, sano, sin vicios, de unos 40 años y más de 1.80 de estatura muuuucho mejor! jajajaja